ESCLAVOS O CONSUMIDORES

No sé si les pasa, pero últimamente siento que las marcas están más necesitadas que nunca.
No hablo solo de vender, sino de ser escuchadas, vistas, validadas, abrazadas. Como si cada lanzamiento fuera una declaración de amor, o de ansiedad.

En estos días estuve pensando en tres cosas que me tienen bastante obsesionado.

Uno, que food is the new merch.
La comida ya no se cocina, se construye. Las medialunas tienen más branding que los políticos. Y no me quejo, eh. Me encanta. Pero si vas a servirme una tostada en plato negro con tipografía Helvetica, al menos que esté rica. Porque el foodketing existe, pero no todo lo que parece crocante lo es.

Dos, que las personas ahora son las marcas.
Y eso está bien… hasta que empieza a dar cringe.
El branding personal puede ser una herramienta de expresión hermosa o una manera de convertir tu existencia en un pitch eterno.

Estoy trabajando en pensar cómo contar historias propias sin volverse insoportable. Spoiler: se puede. Pero hay que saber editar.

Tres, que la intuición necesita método.
Por eso me obsesiona el coolhunting, esa manera elegante de decir: “Estoy viendo cosas antes que vos”.

No se trata de predecir el futuro, sino de aprender a leer las señales. Las marcas que sobreviven no son las que se adelantan, son las que entienden cuándo moverse.

Todo esto —y lo que vendrá— es parte de este archivo viviente que estoy armando.

Una especie de diario sentimental de las marcas, donde el branding no es una herramienta, sino una forma de ver el mundo.

Bienvenidos al Brand Romance.

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